LOS TONTOS DEL CAMPO

Hace años, cuando los niños y niñas en el colegio éramos multitud y había hasta cinco aulas para cada curso, también había una selección clasista entre los alumnos de cada curso, es decir que los niños del “campo” estaban, casi siempre, separados de los de “Castril”. Puede que esta sea un recuerdo mío que no responda exactamente a la realidad y sea más una percepción mía, nublada por el paso de los años y traicionada por las lagunas de mi memoria. Esto que puede parecer un nimio detalle, tiene bastante enjundia y explica muchos de los resquemores y malos recuerdos de aquellos niños del “campo”. Para muchos padres y madres de niños o niñas de Castril no estar en el grupo “A” era un desaire. El grupo “B”, “C” o “D” era para los “tontos del campo”. Pero mi Madre, que siempre ha sido una mujer extremadamente inteligente, quiso que yo estuviera en los cursos en los que predominaban los niños de las distintas pedanías. Cuento todo esto, advirtiendo de que lo extraigo de mis recuerdos infantiles y, por tanto, poco fiables o realistas, para resaltar una amistad que nació en aquellos años y que perdura. Me refiero a Miguel Rodríguez Olivares, aunque también estudié con Ceferina, Fermín, Eustaquia, Cristino, Felicidad, Encarnita de Regino, Gavina y un larguísimo etcétera. Pero Miguel siempre ha sido un personaje entrañable y provisto de una inteligencia natural extraordinaria que explica su éxito en los negocios y en su vida personal y familiar.

No son siete, pero podrían haber sido siete novias para siete hermanos. Son tres hermanos felizmente casados tres con hermanas. Sin olvidar a las otras hermanas y cuñados, Eva, Mari Carmen, Grego y Ramón. Un lujo de familia y un premio de amistad.

Me duele que Miguel pague ahora por la amistad que nos une y que, a pesar de lo que puedan pensar algunos, no está asentada sobre el negocio o el dinero. Ya os digo que fuimos amigos desde niños y nunca hemos dejado de serlo. También soy consciente de que, como ocurre con Melitón, Miguel seguirá trabajando y gestionando una de las empresas más solventes y florecientes del municipio, aunque ahora sufra las presuntas represalias del nuevo Ayuntamiento, empeñado en buscar oscuras relaciones o sucios intereses mientras yo fui Alcalde de Castril. Al parecer, tanto Melitón como Miguel, están vetados y en el punto de mira, la nueva democracia del Gobierno Local incluye también listas negras y vetos para aquellos que trabajaron para el Ayuntamiento de Castril en mi etapa de gobierno.

¿Cómo se puede ser tan listo sin tener estudios? Este es un ejemplo vivo que demuestra que no hacen falta tantas carreras para triunfar en los negocios y la vida. Ahora tenemos concejales licenciados en distintas carreras pero que no encontraron trabajo hasta que se colocaron un sueldo en el Ayuntamiento. No digo que no sea importante la formación y el estudio, no me refiero a eso, simplemente constato una realidad tangible, en cierto modo bochornosa y resalto la valía personal y profesional de un “tonto del campo”.

Detesto ese recurrente apelativo, afortunadamente muy poco usado ya, de llamar a los vecinos de las distintas pedanías de una forma tan poco acertada y tan alejada de la realidad. En gran medida Castril es lo que es por la gente emprendedora, valiente y trabajadora de nuestro municipio y por eso resalto la importancia de estos empresarios por su ejemplo y éxito profesional. Ejemplos hay muchos, Los Chinches, Los Morenillas o Cosme en los Chavos, Miguel Rodríguez, Ramón López, los COTECAM o Los Maños en Fátima, el Chanclas en el Leganillo, Piqiqui en Campo Cebas y tantos otros. Sin olvidar a los que han triunfado fuera de nuestro pueblo, en Alicante, Murcia o Cataluña. Al fin y a la postre dependemos unos de otros y el éxito de ellos es también el nuestro. No hay tantos “tontos del campo”, aunque tontas y tontos hay, por desgracia, en todos lados.

El caso de Miguel Rodríguez es destacable y ejemplifica muy bien lo que pienso de la gente de las pedanías y su aportación a la economía, la generación de empleo y riqueza en el municipio de Castril. Para mí, como amigo que soy de su familia y de él, su éxito y sus logros, del mismo modo que el de otras iniciativas y empresas semejantes, me producen orgullo y satisfacción.