
Acabo de recibir y conocer una noticia estupenda y muy bien recibida, sobre la que tendré que decidir deshojando una margarita.
Se me presenta un dilema que me obliga a tomar una decisión decisiva y crucial en mi vida. Me ofrecen un empleo que me obligará a residir en otro país y en otra ciudad. Como para Hamlet, la cuestión para mí está en si será o no será, si aceptar o no aceptar. No es nimio el dilema, ni chica la disyuntiva que se me plantea.
No diré más, por si, como le pasa a los artistas, por decirlo o hablar en exceso, la propuesta se gafa, se la lleva el viento como a la hojarasca y se queda en aguas de borraja.
Me ilusiona intuir o adivinar y me gustaría espiar desde una rendija, como se frota el Alcalde las manos, de alegría y contento, al pensar que pudiera perderme de vista, si la cosa prospera y acepto el empleo y el puesto.
Ya lo advierto, esto es todavía una propuesta o un incipiente proyecto. Pero, de momento, me ilusiona tener otro horizonte distinto y nuevo, al que me ofrece mi pueblo.
Como lastre pesado, el que más me frena y me hace dudar de si el cambio es o no acertado, están, la casa, la familia y, sobresale, la querencia por los vecinos y vecinas del pueblo, aquellos que confiaron en mí y me piden o quieren que no renuncie a gobernar y trabajar nuevamente desde el Ayuntamiento.

Pero también cobra fuerza la oportunidad de trabajar en aquello que mejor conozco, para lo que estoy más preparado, lo que me gusta, enriquece y realiza y lo que más feliz me haría. Lo mío es la gestión cultural, aunque también me guste, me llene y disfrute con la gestión municipal.
Vivir en Castril es un lujo del que pocos pueden presumir y disfrutar, pero tampoco está mal vivir a caballo entre Lisboa y el resto de ciudades o países de una extensa red cultural.
Puede que la noticia sea tan sorpresiva, increíble y emocionante que, en este momento, mi imaginación sea desbordante ante un reto o expectativa tan decisiva e ilusionante.
Sean cuales sean mis planes y la decisión por la que opte en su momento, hoy por hoy, todavía estoy aquí y seguiré en mi puesto o labor como un Concejal castrileño que no gobierna, pero que aspira a gobernar y aspirará al gobierno del pueblo.
¿Sí os pido consejo? ¿Cual será? ¿Me voy o me quedo?
Sr. Alcalde, a usted no se lo pido, ni con usted me aconsejo, pues ya sé que, si de usted dependiera, yo ya estaría bien lejos, en la Conchinchina, en Siberia o en el mismísimo infierno.