CARTA DE LA PERIODISTA MERCEDES DE PABLOS

Castril es un pueblo hermoso de los cientos que hay en Andalucía que yo no conocería sin Pilar del Río, Castril es un pueblo hermoso de los miles que hay en España que usted no conocería sin José Saramago. Castril es un pueblo muy hermoso de los millones que hay en el mundo que no aparecería en una película candidata a un Óscar si allí no se hubiera celebrado algo parecido a una boda. El enésimo de los regalos del Premio Nobel mas carismático que ha conocido el siglo (éste y el anterior) al, insisto, hermoso pueblo de Andalucía.

Por la generosidad de José y Pilar co-oficié aquel enlace singular una mañana de verano, del que veo chorrea todavía mucho arroz: la mala fe, mala baba y mala memoria de algunos que quieren salpicar al Hijo Predilecto de Andalucía y a la invicta periodista Pilar de un presunto escándalo con una factura impagada. No salgo de mi asombro. La boda de Saramago se había celebrado hacía muchos años, en 1988, en su casa de Lisboa del Barrio Alto y con unos pocos amigos y hermanos (aunque en este último caso nunca sean pocos, por razones obvias: son quince). Faltaba rubricar el enlace en el consulado español o en la embajada, trámite que entre una cosa y otra la pareja iba retrasando, alérgica como es a las burocracias y ocupada en otros asuntos como ganar un Nobel, escribir libros imprescindibles o apoyar causas inobjetables y casi siempre incómodas. Fue Pilar la que decidió unir definitivamente la firma de José al pueblo de su madre, de sus abuelos, de sus amigas de la infancia y de tantos recuerdos. Se presentaba la cátedra Saramago, no por casualidad en Castril y no en Granada, capital universal para quien no haya caído en el detalle, el Centro Saramago, en colaboración con la Diputación, y el Centro de Interpretación del Parque. Todos estos actos son importantes, sin duda, pero desgraciadamente no suelen llamar la atención de la prensa atareada en políticas y romances. Pilar que ha sido y es una periodista tan honesta como eficaz lo sabía, y por eso encajó entre col y col lechuga, entre acto y acto cultural una ceremonía intima, su boda, que llevó a Castril a periodistas de todos los colores y de todo el mundo. Acudieron en esa fiesta de compromiso de Jose Saramago con el pueblo de su mujer autoridades, intelectuales y artistas como Paco Ibañez, Emilio Aragón, Luis Pastor, la familia de Carlos Cano, Lourdes Ortiz, Emilio Silva, tantos. Castril se llenó de alegría y de cultura. Y de fiesta. Precisaemnte la cuenta de un aperitivo (por lo que he leído a precio de Rizt, pero así es la vida) que tanto Diputación como la Universidad quisieron ofrecer a los muchos invitados y asistentes (no es fácil llegar a Castril, de hecho hay que amarlo mucho o amar a quien lo ama) es lo que ahora sirve para vituperar a quien no tuvo más que generosidad, cariño y respeto por este hermoso, sí, pueblo de Andalucía. Dicen que los Saramago no pagaron la cuenta de su boda. Me he indignado tanto, me ha parecido tan estúpidamente incierto achacar esa racanería a quien no ha hecho más que dar y dar y dar: dinero, prestigio, tiempo. Me ha parecido tan injusto y tan cateto este espectáculo que por eso escribo esta carta. Tal vez quienes estuvimos allí, los diputados, el rector, los artistas, los periodistas, los amigos no hemos sabido explicarlo. No hubo boda. Hubo un regalo más de un hombre que como nadie ha retratado la miseria y la grandeza de las almas. Aunque haya quien no se lo merezca.