PALABRAS COMO PUÑALES

Primero se molestó la “ravinda”, ahora le toco el cabreo a una ficticia “cotilla” y, entre medias, con mis palabras he logrado molestar, sin pretenderlo o consciente de hacerlo, a todo un regimiento. Ya avancé ayer lo que en otras ocasiones reconocí pesaroso, que mi incontinencia verbal y los impulsos descontrolados, solo acarrean agravios, reproches y odios feroces de aludidos y damnificados, que engrosan la larga lista de enemigos e “indignados”.

Puede que este sea el alto precio a pagar por escribir y expresarme en libertad, sin ambages, medias tintas o paños calientes. Quizás será el peaje con que sufragar y amortizar los daños colaterales inferidos por apreciaciones, opiniones, vivencias e ideas vertidas en mi blog con descarnada sinceridad y valor.

La realidad es tan dura, despiadada y violenta, que escribir sobre ella, mostrarla como es realmente, aceptarla, asumirla o entenderla, trae como aparejo, lastre o ancla, el enfado del aludido, la ira del contrariado y la cólera del mencionado.

Asumo que con mis palabras, afiladas y cargadas de intención en más de una ocasión, levanto ampollas henchidas de odio y desagrado, pero me cuesta aceptar o dar por bueno, que no se emplee el mismo rasero para sopesar o calcular los motivos que tengo y que envilecen a los que ahora tanto se ofenden. Quienes se rasgan las vestiduras o ponen el grito en el cielo del lamento, no reparan en que olvidando o minimizando el daño que se me ha ocasionado, tan profusamente y desproporcionado, no justifican, ni tienen excusa o bula que le proteja o exima, de que con mi opinión ahora persiga o pretenda resarcirme de tantos agravios y hacerlo expresando en palabras la visión de aquellos lamentables sucesos y de las aciagas vivencias que he padecido y soportado estos años.

Durante años gritaron contra mí con saña y lo hicieron a los cuatro vientos, sin concesiones o miramientos. He sido víctima y blanco de exabruptos, andanadas e insultos. He permanecido mucho tiempo callado, he aguantado lo indecible, he soportado un trato cruel e inhumano y ahora he encontrado el medio más adecuado para que también se oiga mi voz y se conozca de primera mano lo que tengo que decir y mi respuesta al daño y dolor que me causaron quienes, al verse retratados con su propio reflejo, se sienten insultados. El que ofende no soy yo, la ofensa está en la imagen que devuelve el espejo de sus actos.

A pesar de todo, no me siento del todo aliviado, pues como ya he manifestado en alguna ocasión, no es plato de gusto, ni motivo de satisfacción u orgullo, “atesorar” tan variado y nutrido elenco de enemistados y contrariados.

Ante la disyuntiva de callar y no escribir sobre asuntos espinosos o hacer lo contrario, la balanza se inclina a este último lado. A expresar en libertad y sin temor, con sinceridad y valentía, lo que me dicta el corazón, la cabeza, las tripas y la razón.

Las palabras son sólo eso, palabras, que, una tras otra, forman una oración y expresan un sentimiento o sensación. A mí por lo menos me sirven para sentirme mejor.