El oportuno o, mejor dicho y siendo preciso, el oportunista Diputado Torrente, hoy me robó tiempo para mi cita diaria con mis fieles lectores, los que me quieren, son mi gente o visitantes ocasionales.
Eso y que la ansiedad hoy me ha obligado, como el hipocondríaco que soy y llevo guardado, a acudir a la consulta del médico para el consiguiente chequeo y un electro cardíaco. No tengáis miedo los buenos, ni alberguéis vanas esperanzas los malos, en lo que a salud se refiere, al menos a la del cuerpo, estoy en buen estado y lo que creí incipiente infarto, no es otra cosa que ansiedad, nervios y palpitaciones que achaco al Diputado citado. A ese cinematográfico “brazo de la ley”, tonto, muy tonto, que me la tiene jurada desde hace tiempo, no le dedico hoy más tiempo, que no lo merece por desvergonzado.
Me interesa más hablar de Pilar y de sus palabras de afecto, comprensión y apoyo. Sus palabras son mías y no las comparto, prefiero releerlas, de arriba abajo y para mí guardarlas como un íntimo regalo. Con sus consejos y animosas palabras me insufla la energía que he necesitado. Nadie como ella sabe empujarme hacia arriba y, si estoy bajo o caído, auparme y levantarme a lo alto. Nadie le gana en la sabia y justa contienda y como su ejemplo bien vale emularse, aquí me tenéis esta tarde y en adelante, con renovadas fuerzas y beligerante. Que tiemblen Torrente, Concejales y Alcalde pues afilaré uñas y dientes. No para defenderme a mí, que también, para defenderla a ella que es quien lo merece.
Una pregunta, con sabida respuesta, me ronda en mi enorme cabeza. ¿Cual el fin que les mueve? ¿Qué esperada o deseada victoria? Solo les cabe la gloria de haber acabado con un proyecto que siempre estará en nuestra memoria y, lo hará, por los maravillosos instantes que procuró a este pueblo y porque, por más que les pese, con menos pena que gloria, vivirá y estará presente en nuestra memoria.
Al Centro José Saramago al escribir me refiero, que ya es un difunto de cuerpo presente, un exquisito cadáver o, a fin de cuentas, un sueño muerto. Ese es el logro y la gloria a los denodados esfuerzos de los que esta asesina medalla se cuelgan y que hoy, más que nunca, se muestran ufanos y condecorados con el dudoso honor de haber acabado con la castrileña herencia de los Saramago.
Si un día tuviera un hijo, algo dudoso, al relatarle de mi vida episodios, no querría tener como bagaje vital o logro, haber agredido, insultado y vejado a un personaje tan querido y laureado. Muchos niños y niñas de Castril y sus contornos podrán recordar un día y contar a sus nietos que con su alma y sus dedos rozaron el Olimpo de la literatura y del arte el cielo, pues a Saramago tuvieron el honor venturoso de conocer en persona y ser “tocados” por lo mejor del género humano. Otros, como lamento triste y aciago, podrán contar, abochornados, que a sus padres les cabe el honor, que como herencia han dejado, de haber denigrado a José Saramago.
Al hablar de esta urdida polémica que han generado, destacar cabe y lo hago, al principal instigador y culpable que quedará señalado como el padre del engendro que parió el que, por su obra y gracia, de odio y ponzoña quedó preñado.
Del cinismo y manifiesta torpeza, de los cambios de rumbo de su cabeza, de la verborrea cansina y hueca, de su desfachatez e inconsistencia, de la inquina que oculta con buenas caras y sonrisas a medias, del taimado traidor que se vende y manejar se deja, como Judas, por treinta monedas, del hedor y la pestilencia que emanan los actos de quien nos gobierna, mejor no hablamos y dejamos que sean juzgados por el tiempo implacable y que como plomo le pesen, si es que la tiene, en la conciencia.
Como resultado a tan brillante y planificado objetivo y como premio al triunfo en esta desdichada batalla, llevan prendida en el pecho, clavada, una discutible medalla, que, aunque sea de reluciente lata, forrada con papel de plata, más que en seres humanos, les convierte en una sucia y laureada rata barata.
¡Qué “agustito” me quedo!, Me siento como aquel beodo torero celebrando su casamiento.
Si hoy escribiera mi testamento, al hacerlo, una clausula incluiría que fe dejaría de que hasta después de muerto, a quienes quieren guerra, saldré al encuentro. Como todavía estoy vivo y aun coleo, a los condecorados advierto, que se agarren los “machos”, engrasen armaduras y bruñan espadas y cascos, que estoy que muerdo.
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