Gibrán Gibrán Jalil
Que cada cual tenemos nuestra propia vedad es una irrefutable evidencia, otra cosa bien distinta es que la nuestra, nuestra verdad, sea necesariamente la que más se acerca a la realidad objetiva, tangible y certera. En mi caso, hace mucho tiempo que entendí que es poco menos que inalcanzable defender, justificar o hacer resplandecer “mi verdad” ante quienes, de antemano, sistemáticamente y por principio, me niegan la oportunidad y la venia, el beneficio de la duda, la presunción de inocencia o, sencillamente, niegan la validez de mis argumentos, opiniones y actos. Cómo explicar y hacer entender una posición ante un tema o motivar una actuación a quienes no tienen interés alguno en formar su opinión contrastando y siendo sabedores de todos y cada uno de los puntos de vista, divergentes o convergentes, en contra o a favor, en un conflicto o debate cualquiera. No hay manera, esa, como digo, es una empresa en la que hace mucho tiempo deje de creer.
Recuerdo que hace años Pilar del Río me recriminó que era muy poco dialogante con los componentes del movimiento en Defensa del Río Castril, fue justo el día que ella se prestó a tener una reunión con ellos, que acabó como el “Rosario de la Aurora”, es decir que acabaron a gritos, insultándola y poniéndole la “cruz y raya” con la que nació la guerra contra José Saramago, contra Pilar, contra el Centro José Saramago y contra sus actividades. Pilar me contó que fue desmontando, uno tras otro, los argumentos del líder del grupo y, ante eso, este personaje turbio, no tuvo más opción que recurrir al insulto, a la violencia y a los improperios. Él tampoco supo imponer su verdad con argumentos sólidos, porque no los tenía, ni nunca llegó a tenerlos, y escogió el atajo por el que sabe caminar mejor y con más éxito. Si no estás con él eres su enemigo y hará lo imposible, a lo más vil e indecente estará dispuesto, para pasar por encima de ti o de quienes sea preciso. He leído el relato que este “ejemplar” ciudadano hace de aquellos hechos, de su torticera visión de lo ocurrido y la falsedad de lo escrito. Esa será su verdad, la suya sesgada y maniquea, no la verdad "verdadera". Como decía D. Miguel de Unamuno, aun venciendo, si es que en verdad ha vencido, ni convencía entonces, ni hoy ha convencido, ni nunca conseguirá hacerlo.
No negaré que estuve tentado a decirle aquello de “ya te lo advertí”, pero el berrinche y el disgusto de Pilar fue supino y me pareció suficiente penitencia o castigo. Me atrevo a decir que lo ocurrido fue para ella muy doloroso, descorazonador y humillante, máxime si se tiene en cuenta la buena intención con que lo hizo al pretender mediar y buscar una solución al conflicto. No había valorado o no conocía la catadura moral del que tenía en frente, ni sopesó las malas artes o como las gasta cuando no le das la razón o su posición no compartes. No creo que haya hoy en el pueblo un individuo con menos escrúpulos, más odio, menos respeto hacia el contrario y más vileza en sus actos. Allá él, si la tuviera, con su conciencia y decencia.
Este momento, desgraciadamente vivido y protagonizado por mí de alguna manera, me sirve de ejemplo para ilustrar lo que escribo sobre la percepción de cada uno sobre la “verdad” que uno cree infalible y, al hacerlo, a toda costa la impone y, por encima de todos o todo, defiende como única y verdadera.
Yo, claro está, también tengo la mía, la verdad que defiendo, en la que creo, la que me da tranquilidad y procura paciencia, por la que lucho con justa vehemencia, la que de su inconsistencia disiento, discrepo, rebato y refuto, porque la transpariencia de esa verdad, para mí "verdadera", es fruto de la coherencia y de una limpia conciencia.
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