“Siempre vivirá engañado quien juzgue a los hombres por su apariencia”.
La Fontaine
La Fontaine
Qué engañados vivimos, ¿verdad? Digo esto porque nadie está a salvo de haber juzgado alguna vez al otro sólo por las apariencias y, por tanto, nos hemos dejado engañar por ellas, forjando una opinión subjetiva y condicionada por la imagen externa y no por el fondo.
Muchas veces nos arrogamos la capacidad de ser capaces de reconocer los propósitos de alguien de un solo vistazo y que en una fugaz mirada podemos desvelar las intenciones y valía personal de alguien a quien acabamos de conocer. Yo he dicho muchas veces y hasta me he jactado que tengo un ojo “clínico” para reconocer la verdadera cara oculta de la gente con la que he tratado, lo cierto es que debo ser una de las personas que más ha errado en estas valoraciones, sobre todo a jugar por los varapalos y desengaños que me he llevado. Así que esa triste realidad empírica me obliga a reconocer que es real como la vida misma que las apariencias engañan y que no basta una fugaz mirada para calificar o descifrar las intenciones de quien tenemos al lado, en frente o detrás.
Hay muy poca gente que va a cara descubierta y que se muestra sin ambages o ambigüedades. He conocido tantos ejemplos de ello que a fuerza de desengaños y decepciones he aprendido a fuego lo que Jean La Fontaine escribió. Él, como nadie, fue capaz de descubrir el fondo de las almas, con una delicadeza maliciosa y un enorme sentido del humor, este gran fabulador no se concedía a sí mismo el derecho de predicar sobre los grandes sentimientos, sólo se limitaba a dar algunos consejos para hacer al hombre más razonable y feliz. Desde luego sus razonamientos son de una vigencia aplastante y rotunda. ¿A que sí?
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