Se podría decir que el tío del puro tiene boca de culo, porque cada vez que habla, entre calada y calada, nos obsequia con una deposición o cagada.
También se podría decir que con un italiano tan guapo repartiendo butano, más vale no burlase del butanero, porque pudiera pasar que cuando te estés riendo de él, cachondeándote con tus amigos, tomando copa, puro y café, él esté haciendo con la “bombona” otras cosas con tu mujer. Menos mal que tal cosa no podría suceder, porque este italiano tan guapo y buen mozo, el que toda suegra querría como yerno y como novio todo hombre o mujer, es además uno de los hombres más sanos, honestos y buenos, que he tenido la suerte de conocer. Por si fuera poco, es además un amante feliz, locamente enamorado de una imponente mujer, que está adornada con los mismos méritos y belleza, por dentro y por fuera, que lo adornan a él.
Pensando en algún personaje de este pueblo y teniendo en cuenta el flaco favor que algunos hacen a sus ancestros o el poco respeto con que suelen manejarse, actuar o proceder, diré, con bastante guasa y mala baba o a modo de letrilla para una floreada y vespertina diana, que aunque su madre fuera una rosa y su padre un clavel, alguno no deja de ser un capullo o un moco pegado en la pared.
También hay ciudadanos que son como los camaleones y, como ellos, cambian de chaqueta o color, pero a los que son gilipollas, por más que muden pellejo o color, no los cambia ni Dios, pues para el que está tocado por la varita de la idiotez, no hay chaleco, sombrero o colorida paleta, que disimule, mimetice o esconda la gilipollez.
Cuando recuerdo los berrinches que me provocaban los insultos, chuflas y maledicencias que me regalaban algunos en foros anónimos, me doy cuenta y algunos también se la habrán dado, de que cuando cambian las tornas y es otro el atacado, la burla se convierte en un intenso placer momentáneo, pues igual que la puedes sufrir como escarnio, el verdugo puede tornarse en burlado o que sea otro el que finalmente y doblemente se ría.
Las personas que acusan unas preocupantes ínfulas de grandeza y se pasean por la plaza con hechuras de señorito y aires de patricio romano o de un marqués engolado, no son ridículas por el disfraz con que se muestran, ni por lo que esconden o por lo que son sin careta, sino que son grotescas por lo que quieren o quisieran aparentar o ser. Como si el hábito hiciera al monje, cuando ocurre al revés.
Reconozco que me costó llegarlo a entender, pero he aprendido que cuando uno es incapaz de reírse de sí mismo, ha llegado el momento de que los demás se rían de él. Por eso, para reírme de otro, me río primero de mí y me gusta pensar que si de mí se intentan burlar, no es porque que sea ridículo, será porque soy genuino, único y original.
No sé si Jesucristo lo vería con buenos ojos o sí será osado para un cristiano, pero yo me atrevo a incluir una nueva “bienaventuranza” en la que creo;
“Bienaventurados los que saben reírse de sí mismos primero, porque siempre tendrán motivo o excusa para el cachondeo”.
Mike, te repites mas que el ajo.
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